Cosas que no hacemos del Dir. Bruno Santamaría Razo
Un coming-of-age hacia la aceptación de uno mismo, un coming-of-age necesario para México.
La pequeña población de El Roblito está en el límite de Nayarit y Sinaloa, en la costa del Pacífico de México. Aunque en los alrededores hay un contexto de violencia provocada por el crimen organizado, aquí se intenta respirar la calma: los adultos trabajan muy lejos, y las niñas y niños corren por las calles, juegan, bailan, van al lago y se dan largos chapuzones. Entre ellos, el pequeño Ñoño, de sólo 16 años, esconde un secreto: le gusta vestirse con ropa de mujer.
El director Bruno Santamaría Razo crea un collage de muchas cosas, como lo dice su título, de elementos cotidianos en un pueblo arrasado por la violencia, lugar donde los niños buscan aventuras, baile y emoción. Ñoño no puede confesarle a sus padres sobre su transexualidad y aún tiene que sobrevivir en un pueblo con mente cerrada y machista que lo ven como un fenómeno a excepción de los niños, quienes tienen más apertura para comprenderlo; él se siente incómodo en su cuerpo de hombre, le gusta pintarse y vestirse como mujer, así se siente más a gusto consigo mismo.
La sensibilidad de “Cosas que no hacemos” se maneja por su naturalidad, el hecho de que no nos revele desde el principio qué Noño quiere vestirse como una mujer sino que se concentra en mostrar la violencia que respira en las nucas de los ciudadanos. Los niños se distraen con un Santa Claus surcando por los aires y con la cámara se capturan las risas, la felicidad y el contraste se forma cuando los niños se golpean con frecuencia entre sí, y en el machismo, se percibe la división entre hombres y mujeres. La estructura social que permite la violencia casual ocasiona un impacto emocional al espectador por todo el metraje.
Otro ejemplo es cuando matan a tiros a una persona en una fiesta del pueblo, hay un fuerte indicio que la motivación tuvo que ver con la homofobia. Una desaprobación a lo que es distinto. A la mañana siguiente, los niños inspeccionan la mancha de sangre “Fueron 15 disparos. No, 11. ¿O eran seis?” Los niños discuten, de la misma manera que contarían la cantidad de regalos que les mandó Santa Claus.
El mundo de los adultos y de los niños es como un espejo en esta película, a pesar de la diferencia de edad, el contexto social es reconocido por ambas partes. Hay entrevistas con los infantes que son desgarradoras de escuchar, la inocencia atrapada en un ambiente difícil, lo que genera la madurez y una compleja percepción a la vida desde una temprana edad.
Más allá de un retrato de la vida del pueblo, nos encontramos con una especie de “coming-of-age” necesario para los turbulentos tiempos que vivimos, una historia que necesita ser escuchada por un país en el que la sangre fluye por las calles a falta de desigualdad social, la homofobia, discriminacion y el crimen organizado.
El viaje de Noño me abrió para mí de formas inesperadas. Si puedes dejar que te golpee con su poder silencioso, entonces te darás cuenta de que te conmoverá.