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Dir. Rodrigo Reyes
Un conquistador varado en la época moderna tendrá que retomar la ruta del ejército español de Hernan Cortés, desde Veracruz hasta la Ciudad de México, en el camino será testigo de los testimonios de personas reales que han sido afectadas por la ola de violencia que azota México como un eco de la historia colonial.
Rodrigo Reyes crea un documental que se mezcla con la ficción para hablar sobre la violencia y el crimen que existe en México, que en tan solo 499 años desde la llegada de Cortés, nada ha cambiado, simplemente los mexicanos ahora matan a los suyos. Dividida en capítulos que se van desarrollando en distintas zonas de México, justo como la ruta del ejército español para llegar a Tenochtitlan. Entre los testimonios podemos escuchar a un hombre hablar sobre el secuestro y asesinato de su padre, a los migrantes centroamericanos que fueron recibidos por la xenofobia mexicana, al igual escuchamos anonimamente el poder del ejercito nacional para matar a una persona, de manera natural.
Es escalofriante todo lo que sucede durante el viaje del Conquistador, este pierde la cabeza en su monólogo interno que nos ayuda a reflexionar, sobre la violencia que vivimos a diario, una misma raza se auto-destruye a sí misma. La búsqueda de la justicia es infinita, la muerte provocada por organizaciones criminales que no paran, la impotencia que sienten los familiares de las víctimas, la sangre, lágrimas y carne son parte de la triste y sin esperanza tierra “llena de indios y conquistadores”.
La poesía entre el documental y la ficción es tan sensorial, mueve las fibras del espectador desde el principio hasta el final, porque nos arrastra como el mar del que viene El Conquistador, vamos conociendo la profundidad de lo desconocido, a reconocer una sociedad tan inhumana como la nuestra. El contraste que crea entre una época completamente distinta a la nuestra es impresionante, junto a las reflexiones internas del Conquistador, que poco a poco va descubriendo el significado de su travesía, lo que nos lleva a México como una tierra de injusticias y brutalidad desmedida. La cámara de Alejandro Mejía es tan sutil cuando se acerca a estos paisajes, a estas tierras desconocidas. La niebla de los bosques nacionales, los hogares abandonados, que reflejan el miedo hacia lo desconocido, porque es real.
El actor español Eduardo San Juan Breña toma la carne de su personaje, lo hace verídico, puedes creer que en verdad un ser del pasado ha visitado nuestras tierras de nuevo, está perdido porque le cuesta reconocer que existe la misma violencia de hace 499 años, no entiende la razón de su viaje pero poco a poco, las crudas respuestas surgirán. El Conquistador comienza en un punto, con una perspectiva y termina en otro, viendo las cosas distintas.
Durante el último capítulo, el Conquistador llega a Tenochtitlán para escuchar a una madre describiendo con desgarrador detalle el feminicidio de su hija. Sin utilizar ningún litro de sangre o imágenes amarillistas, el director simplemente escucha las palabras para crear terror en la audiencia.
En las manos equivocadas esto pudo ser un rotundo desastre, incluso en un punto cualquiera pensaría que es una ridícula idea, pero no se acerca en nada a lo que suena, es bastante compleja y profunda, al final nos encontramos con un híbrido poético que entrelaza pasado con testimonios actuales de violencia e injusticia en México.
Por Alejandro Guajardo.