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Notas

Blanco de Verano

La tóxica relación entre madre e hijo es interrumpida por un extraño en el primer largometraje de ficción del director Rodrigo Ruiz Patterson, quien anteriormente dirigió el documental Bad hombres (2019). 

Rodrigo Ruiz Patterson traza lentamente los pequeños detalles que formulan la incapacidad para hablar y divulgar la razón detrás de los sentimientos en la adolescencia, en cierta manera esto se magnifica dentro de su lente.

Desde el inicio de la película, la cámara de María Sarasvati Herrera – directora de fotografía- se mantiene a la altura de Rodrigo (Adrián Rossi) para hacernos testigos del horror que tiene este personaje hacia el nuevo novio de su mamá: Fernando (Fabián Corres) quien está alejado de los planos cerrados al principio y al infiltrarse en sus vidas, va apareciendo cada vez más dentro del lente, esto es eficaz por parte de la dirección de Patterson para que reconozcamos el poco control que tiene Rodrigo sobre su propio espacio. En este lente aparece el personaje de Valeria (Sophie Alexander- Katz) una mujer que se apoya sobre su hijo en ausencia de su padre (quizás demasiado) comparte el baño con él mientras ella se baña, camina desnuda y hasta bailan cuando un hombre adulto no está en la casa. El precio del amor de su hijo hacia ella es bastante costoso, va por encima de él, lo que provoca que esta relación sea bastante conflictiva. 

El protagonista,  es un niño que vive bajo el aislamiento y la piromanía. Su incapacidad para seguir adelante con su nueva vida se canaliza en el humo. O fuma constantemente o se le ve quemando basura. Sus actos pueden verse como una rebelión, pero para ser completamente honesto, Patterson lo retrata con razón como una escapada de la propia ira. Manteniendo a la audiencia al límite, el director nos prepara para el peor resultado posible cuando una variedad de banderas rojas sugieren la inevitable cascada de violencia, Patterson evita que la narrativa se desvíe más allá de lo irreparable, pero se desliza por el camino sin retorno. En donde las acciones tienen consecuencias desgarradoras. 

Las percepciones psicológicas dentro de la historia se limitan ya que se repiten en gran medida los mismos ritmos de los personajes. La intimidad que se intenta crear entre el espectador y Rodrigo es lo que hace que Blanco de Verano se sienta atorada en réplicas. Al pedirnos que nos identifiquemos con este joven que está roto emocionalmente y obligado a aceptar el “estilo de vida” de su madre (sexual y de otro tipo) la película reduce su alcance hasta el punto en que sólo puede repetir (y nunca cuestionar) la propia situación de Rodrigo. Patterson parece más enfocado en el “cómo” que en el “por qué” cuando las acciones se repiten constantemente, los personajes no cambian en ellas y estos caen en un espiral infinito. El miedo a reflexionar sobre los temas del guión es constante, lo que provoca que la intimidad no funcione, solamente en muy pocos momentos se detiene a respirar como cuando estamos en el cementerio de coches y la luz “blanco de verano” ilumina el rostro de nuestro protagonista, de manera de metáfora como el humo.

El tratamiento narrativo es esteril por lo dicho, pero los tres actores expresan su potencial para darle fuerza al poco material que tuvieron, Adrian Rossi carga con la película por su complexión física y actoral. Es una joven promesa entre actores nacionales. Hay decisiones en la dirección interesantes a lo largo de la película pero la mayor parte se reduce al vacío, sin aportar algo verdaderamente nuevo a la mesa. 

Si observas tus propias memorias, podrás encontrar que el período de tu vida que te cambió nunca tuvo colores que te hicieran feliz. Blanco de Verano es eso; o al menos lo que intenta ser, es dura como la transición de niño a adolescenia, a tomar una nueva fase de tu vida, la madurez toca la puerta, extraños entran a mover tu espacio y es difícil sobrevivir.

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