“Zona de interés” nos muestra con un calculado estilo frívolo uno de los momentos más dolorosos de la historia moderna: El Holocausto.
La mayoría de las veces que hablamos y vemos las atrocidades que sucedieron en los campos de concentración nazis uno tiene que cerrar los ojos. La nominada cinta la “Zona de interés” logra ofrecer una perspectiva diferente al atenuar los horrores visuales que vimos por ejemplo en “La lista de Schindler”. La película del director Jonathan Glazer transmite las depravaciones del Holocausto a través del sonido y breves miradas. Gritos, disparos y humo de chimeneas se yuxtaponen a la distante vida de ensueño de la familia Höss: completa con ríos pintorescos, paseos a caballo y cuentos antes de dormir. Justo ahí radica la importancia de esta película junto con la barda que vemos todo el tiempo en la historia.
La pared es un componente crucial de esta película, lo que resguarda son los detalles diarios de la vida de una pareja nazi en ascenso: el comandante de Auschwitz, Rudolf Höss (Christian Friedel), y su esposa, Hedwig (Sandra Hüller), y sus cinco niños. La familia Höss se crió según los principios de la Liga Artaman, un movimiento alemán antiurbano de regreso a la tierra que defendía un ideal agrario y el respeto por el mundo natural. Tan insensible a la vida de otros, Rudolf, que mira los asesinatos de miles de personas cada semana, al mismo tiempo, dicta un memorando agraviado por la falta de respeto a sus preciadas flores de su casa. El guión está adaptado de la novela homónima de Martin Amis, aún cuando, ciertas libertades fueron tomadas para la cinta.
Discretos pero impecables se podría, describir tanto a Friedel como Hüller en sus sobresalientes actuaciones. Friedel interpreta a Rudolf como un burócrata pedante de nivel medio con una voz fina y punzante y un corte de pelo déspota, cuya incuestionable eficiencia y compromiso con la causa del nacionalsocialismo han facilitado su rápido ascenso al servicio de Adolf Hitler. Y la Hedy de Hüller se ríe de su buena suerte mientras escoge las posesiones más selectas de los prisioneros judíos asesinados, haciendo alarde de su nuevo estatus elevado como un abrigo de visón robado. En ninguna parte se demuestra mejor la discreta brillantez de la actuación de Hüller que en la entrega de una sola línea de diálogo, que le dice a su criada: “Podría hacer que mi marido esparciera tus cenizas por los campos de Babice”.
Solo un actor de alto calibre logra hacer que una línea te de escalofríos. Y que Glazer la encuadre sin close up sino toma abierta cuenta con que el público quedará impactado por la normalidad y la forma en que vive alegremente su vida mientras participa o apoya los peores crímenes de la historia de la humanidad.
Eso si, uno tiene que ir preparado para presenciar una cinta contemplativa. Como un invitado a esta casa de los horrores para quedar impávidos con lo insensible que fueron los causantes de estos actos tan atroces. De las escenas que más dan pesadillas suceden en las noches. Vemos y escuchamos en las sombras ruidos, gritos o fuego saliendo de chimeneas dejándonos a la imaginación la masacre del otro lado de la barda. Y como nadie puede dormir en esa casa de ensueño, con todo y piscina y plantación de girasoles.
Si tratamos de comparar los acontecimientos del pasado a lo que estamos viviendo en la actualizada en los países en guerra. Vemos como “Zona de interés” al convertir las realidades del campo de Auschwitz en sonidos de fondo, nos enfrentamos con el hecho de que las familias se quedaron sentadas –a pocos metros del genocidio– y siguieron con sus vidas sin ser molestadas. En nuestra actualidad, que estamos haciendo frente a las atrocidades que vemos en las noticias casi todas las noches. “¿En quiénes nos convertimos cuando nos volvemos tan insensibles?” y “¿Hasta qué punto nos permitiremos ignorar la injusticia?”.