“Todos somos extraños” es una hermosa y onírica oda al amor, al duelo y a la aceptación.
Por fin llega a México una de las cintas más comentadas del año pasado: “Todos somos extraños” del director británico Andrew Haigh, de además de sus múltiples trabajos, desarrolló la aclamada serie queer “Looking” para HBO.
Basada muy ligeramente en la novela japonesa “Strangers” de 1987, la cinta de Haigh inicia en una noche donde suena una alarma en un edificio londinense recién construido y casi vacío. Adam que vive casi en el penthouse tiene un encuentro casual con el único y misterioso vecino, Harry, que altera el ritmo de su vida cotidiana. A medida que se desarrolla una relación entre ellos, Adam se preocupa por los recuerdos del pasado y se siente atraído de regreso al hogar en el que creció para tratar de dar cierre a los traumas de la infancia.
Todo esto sonará muy lógico y lineal, no se dejen engañar. Todos somos extraños es todo menos sencilla y fácil de seguir. Ese es uno de los grandes méritos de la adaptación, ya que todo el tiempo estás pensando “que diablos está pasando aquí”. El personaje de Adam interpretado por Andrew Scott es un guionista de series de televisión, que no ha aprendido a superar la muerte de sus padres, ni ser un hombre gay, libre de estigmas en pleno siglo XXI. Se la pasa encerrado en su departamento en las alturas, tratando de escribir, viendo la tele, comiendo comidas congeladas y viendo fotos de su infancia. Y justo esa alarma, que lo hace salir a la calle una noche cualquiera cambió su vida. Su único vecino Harry, (Paul Mescal) lo ve salir a la calle y cuando ve que regresa le toca a su puerta totalmente borracho para saludar y quizá tener sexo casual. Era de esperar que Adam, siendo tan introvertido, como lo logramos detectar lo rechaza.
Al día siguiente, Adam toma el primer tren fuera de la ciudad y va a la casa de sus papás en la provincia inglesa. Ahí habla con sus papás extrañamente, ya que no los ha en mucho tiempo. Y repito esto parecería muy normal, pero realmente, los papás parecen vivir en otra galaxia, mejor dicho otro tiempo. Interpretados por Claire Foy y Jamie Bell (a quien todos recordamos por ser el formidable Billy Elliot cinematográfico) reciben cariñosamente a su hijo que no han visto en años. Después de esta visita tan encantadora, Adam, decide dejar entrar a Harry en su vida y así empezar un tórrido romance.
Obviamente no hay mucho que se pueda explicar, para no echar a perder la historia, ni experiencia de irla a ver al cine, más que decir que es una belleza. La fotografía de Jamie Ramsay es colorida y vital en la vida ciudad; lúgubre en la desierta torre de departamentos; cálida en las visitas a la casa de los padres de Adam, y en su escapada al antro de los protagonistas parece que regresamos a ver un icónico episodio de “Queer as Folk”.
El soundtrack de la cinta es verdaderamente memorable ya que se usa para ir y venir en los tiempos de la narración de Adam, pero el contenido lírico literal de la canción “Always on My Mind” de Pet Shop Boy, cuando la cantó el personaje de Claire Foy a su hijo, realmente da en el clavo y te saca una lágrima Remy.
Si no pone uno mucha atención la narrativa puede resultar como entrar en un laberinto, pero si se dejan llevar por la emotiva historia les aseguro saldrán conmovidos y ávidos de volverla a ver; además de correr a abrazar a sus seres queridos.